En la vida todos deberíamos
practicar con más frecuencia el sabio arte de preguntarnos más a menudo para
qué hacemos las cosas, de qué nos sirve lo que hacemos. Yo voy a reflexionar
ahora sobre para qué me sirve a mí ver la televisión, y si en relación a la
misma, soy yo el que me sirvo de ella, o es ella la que manteniéndome embobado
se sirve de mí como atontado espectador.
Creo que los avances de la técnica
de los que en principio nos beneficiamos, y que cada vez se producen de forma
más acelerada cambiando nuestras vidas y hábitos, no son necesariamente ni
buenos ni malos. Todo el progreso tecnológico, ha hecho nuestra vida más cómoda,
pero no ha hecho a los hombres mejores. Tampoco probablemente les ha hecho
necesariamente peores.
Ver la televisión resulta
agradable, placentero, algunas veces interesante y muchas divertido. Otra puede
resultar terriblemente aburrido y entonces la apagamos, o más probablemente,
por la abultadísima oferta, cambiamos de canal. A través de la televisión nos
llega muchísima información, lo cual es sumamente útil, pero también muchísima
desinformación, lo cual es sumamente preocupante. Parece evidente que de la
televisión debemos servirnos y que bien utilizada el provecho puede ser
evidente. En cambio, el exceso, como con casi todo, puede determinar que los perjuicios
terminen superando a las ventajas.
Sería correcto plantearse el tema
desde el punto de vista del coste de oportunidad. El tiempo que veo la
televisión, ¿Estaría mejor empleado en alguna otra actividad? ¿Me privo de
otras tareas más enriquecedoras por dedicar demasiado tiempo a la comodona y
pasiva actitud de abandonarme frente al televisor? Yo creo que la respuesta es
afirmativa. Groucho Marx decía que la televisión es una fuente de cultura, pues
cada vez que alguien la encendía él se iba a la habitación de al lado a leer un
libro. Yo estoy de acuerdo. La televisión puede ser una fuente de cultura y hay
programas que realmente vale la pena ver, pero en general, la calidad de la
programación es absolutamente lamentable. Entonces lo más sabio es hacer como
Groucho Marx, apagarla y dedicar el tiempo, el mayor tesoro que tenemos a menesteres
que valgan más la pena.
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